... Pero sucedió que el hombre alto sintió nostalgia de los saltos cortos, de los giros y del olor a mandarina, y sin poder evitarlo, parque por parque, banco por banco, farola por farola; siempre con su bolso al hombro, pasaba las horas, minutos y segundos buscando a la mujer pequeñita para poder bailar con ella.
Y sucedió que tanto empeño ponía el hombre alto, que se encontraron no una, ni dos, sino cien veces, y siempre bailaban juntos, no una, ni dos, sino cien veces, la mujer pequeñita con los ojos cerrados, tarareando a veces a media voz, acompañada siempre por los medidos gestos del hombre alto.
Y sucedió también, que se separaban siempre, que se alejaban el uno del otro, sin decirse nunca absolutamente nada, el hombre alto a cámara rápida mirando atentamente a la mujer pequeñita, que bailaba ajena a todo, dando saltitos cortos. Y así siguieron, meses, semanas y días, siempre sin hablarse, bailando y bailando, un dos tres, creyendo que nadie les veía...
ete