viernes, diciembre 29, 2006

Había una vez una mujer pequeñita que se pintaba de rojo las uñas de los pies y gustaba de bailar, un dos tres, cuando no la miraba nadie; y comer mandarinas a cámara lenta, separando con mucho cuidado la piel de los granitos de dentro.

Y había también un hombre muy alto, un hombre de nariz aguileña, que se movía tan rápido que parecía estar siempre quieto y llevaba permanentemente colgado del hombro, un viejo bolso de cuero.

Y sucedió un día que el hombre alto y su bolso de cuero llegaron a un parque, y sin darse ni cuenta entraron a una placita con tres árboles, dos farolas, un banco de piedra y una mujer pequeñita que bailaba, un, dos, tres, creyendo que no la miraba nadie. Y allí fue donde el hombre de nariz aguileña vió por primera vez bailar a la mujer pequeñita, que daba saltitos cortos, un dos tres, confiada porque nadie la veía. Y el hombre alto envidió sus saltos, se tocó suavemente la nariz aguileña y casi sin moverse, se colocó tras la mujer pequeñita para bailar con ella. Siguiendo tan rápido sus pasos, que los pies apenas se le veían.

Y bailaron y bailaron, un dos tres, el hombre alto tan rápido, que parecía estar siempre quieto, y la mujer pequeñita con los ojos cerrados, convencida de que nadie la veía.

Y fue así que sucedió, que un día los dos se encontraron, bueno, que el hombre alto encontró a la mujer pequeñita, pero todo pasó así, de improviso. Y también sucedió que aquella primera vez se separaron, que sus propios pasos los fueron alejando uno del otro sin que el hombre alto hubiese dicho absolutamente nada y sin que la mujer pequeñita supiera que había estado bailando, un dos tres, mientras alguien la veía...


ete

miércoles, diciembre 20, 2006


Camina por una calle de París. Vé muy poco. El recuerdo de otras épocas surge con esa deslumbrante nitidez con la que solo pueden recordar los ancianos. Ella recuerda así su gracia. Su propia gracia. Ahora es demasiado tarde para olvidarla. Demasiado tarde para alcanzar la perfección. Piensa… Nada alcanzará la perfección. Ni las circunstancias, ni la época, ni el frio, ni el hambre, ni la derrota alemana, ni la evidencia del crimen… Ella siempre cruza la calle por encima de la historia. Por encima de la perfección. Por encima de todas esas cosas… Por terribles que sean.

Las gafas de sol en la punta de la nariz, los cabellos al viento y… Sus hermosos colores… Tenía todo el aspecto de una extranjera. Y se comportaba como tal... Con la mente ausente.Antes los bombardeos, despues el café en grano. Ya es típico de Berlín. Luego los paseos atravesando los bloques de cemento del este. Recuerda. Es en aquel tiempo donde ella estaría en su lugar. En ningún otro. En un mundo donde se toma té con leche, donde se leen novelas de amor, donde las pasiones desbordantes son inadmitibles. Un mundo aburrido pero digno. A ese tiempo pertenecía ella. A esa época que aborrecía pero que era a su vez el único lugar donde la actriz decadente podía desplegar lo más íntimo de su personalidad. Todos y cada uno de sus recobecos.

O aprendo a vivir con esta excased de oxigeno o me voy. La actriz decadente no puede dormir. El insomnio la acompaña en estos últimos años. Como sus paseos. Suele ocurrir. Uno tiene sus sueños, cosas suyas, íntimas…. Y despues la vida no quiere seguir jugando contigo… Y todo se desvanece… Poco a poco… Y ahora… Ahora solo le quedan los recuerdos… Las palabras… La actriz decadente está totalmente perdida… Y lo sabe… Pero ha aprendido… Ha aprendido que con los años… A veces… A veces podía ser feliz solo con eso… Con palabras…

… ¿Quieres comprar ilusiones, ligeramente usadas… De segunda mano?

La actriz decadente suele salir a caminar por las calles. Los días de invierno le gustan especialmente. Tanto tiempo pasado en la costa le había hecho añorar el frio. El cortante frio del inverno centroeuropeo. El intenso frio del pais donde había nacido.

Le encanta vagabundear por las calles repletas de gente que parlotea, que se amontona para comprar los últimos regalo navideños. Suele salir a pasear para que el viento helado le corte la respiración. Le gusta esa sensación. La de salir y caminar. Que le duela respirar. La de andar por las calles, entre la gente. Siempre piensa que el día menos pensado alguien va a reconocerla. Sus películas habían cruzado medio mundo, al igual que su fama. Ahora, a la actriz decadente, solo le queda la esperanza de que alguien la reconozca. Alguien entre toda la multitud que la rodea. Alguien. Quien sea. Mientras tanto se conforma con sus paseos. Con el viento cortante en su cara. Con el salir a caminar por esa ciudad que ni siquiera es la suya. La de andar por la calle y callar secretos que solo ella conoce. Y escribir. Escribir mucho … Y que nadie sepa lo que escribe.

La actriz decadente era serena hasta el extasis. Mientras pasea con pasos precisos, envuelta en su abrigo de pieles brillante por la suave lluvia invernal, parece entenderlo todo y ser todo lo que hay que entender, aunque en medio del caos y el frio, nadie parezca darse cuenta.

A veces aparaces por aquí. Siempre me pillas por sorpresa… ¿Por qué no tú, a esta hora y en esta ciudad?... ¿Por qué no tú?.

Esperaré a qui el tiempo que haga falta… Sé esperar, no he hecho otra cosa..

La actriz decadente mete la carta al bolsillo, paga el cognac y sale a la calle. Sigue lloviendo pero aún así decide pasear un rato más. Aún es pronto para volver a su habitación de Hotel. Vive allí desde hace años y sabe muy bien que, como cada noche, nadie va a estar esperándola.

En la carta él dice que está solo con ese amor que siente por ella.

Ella piensa que también está sola…

No sabe con qué.

A veces quisiera, como los sonidos, vivir a través de las cosas sin pertenecerlas. Tu tienes pensado un futuro. Un futuro donde no estoy yo.Dice él. Ich liebe dich und du schläft. Desde el principio fue así. Ich hasse dich. La actriz decadente ha perdido la cuenta del número de veces que ha leido esa carta. Y piensa que en la vida se suceden casi siempre dos tragedias: la falta de amor o el exceso del mismo. ¡Maldito Rudy!. Su presencia era invisible por todas partes. La actriz decadente sospecha que si podría ordenaría hasta los sentimientos. ¡El maldito Rudy!. Pero ya no está. Ya nadie se queda con ella por obligación... Pero tampoco hay ya nadie que se quede por otro motivo.

Es algo extraño. Piensa. Vivir aún aquí… Supongo que habrá alguien esperándome.

¿Quieres compara ilusiones, ligeramente usadas… Casi sin estrenar?

La acriz decadente se sorprende a sí misma pensando que hace tiempo que no habla su idioma. Hace tiempo que no verbaliza ni una palabra. Ni un achtung, ni un Warum. Nada. Sigue pensando en él. Eso si. Soñando en él. Recuerda haber leido que el idioma en el que sueñas es el idioma que te posee. Antes de la Guerra se marchó lejos. ¿Quieres compara ilusiones, ligeramente usadas… Casi sin estrenar?... ahora querría venderlas todas…Piensa.. Despues de la guerra fue más dificil aún. Y ahora… en esta hermosa ciudad, no tenía ya nadie con quien poder hablarlo.

París… París era una ciudad encantadora... Con el suave sonar de sus gentes... Sus cafés au lait... El olor a pan recien horneado en cada esquina... A cualquier hora... Si… No podría haber acabado en un lugar más agradable… Pero… Ella… Ella estaba sola. Sola...

La actriz decadente pasa lentamente el dedo por debajo del ojo. Las palabras. Piensa. Son así. Se van juntando unas con otras… Parece como si no supieran hacia donde quieren ir, y de pronto… Por culpa de dos o tres. Simples en sí mismas. Un pronombre personal. Un adverbio…. Y ya tenemos allí la conmoción ascendiendo a la superficie de la piel, de los ojos

A veces la actriz decadente pensaba que iba a perder la razón. Que se volvería loca. Loca de remate. Con todos sus recuerdos. Todas esas palabras que había callado durante tanto tiempo. Palabras como Achtung. Warum. Liebe…. Todas iban a salir a la vez. Iba a volverse loca con todas ellas saliendo al mismo tiempo de su boca. Sjdhafnfd ui hdfhddh hfdf dh…. Así. Hasta el infinito. Así debe de ser la locura. Eso piensa ella. A veces. Otras no. Otras piensa que la locura se parece más a la inteligencia. Que son como las dos caras de una misma moneda. Cuando te llegan las entiendes, pero cuando vuelven a irse no las entiendes en absoluto. Sí. Eso piensa. Que son dos estados escepcionales. Entonces no estará tan mal si se vuelve un poco loca. Si todas esas palabras se liberan al mismo tiempo. ¿Que más dá el orden? … Ella no es como Rudi. Nunca lo ha sido. El orden tiene esto de malo. Paraliza. Admira. Invita a no tocar nada, a dejarlo todo para mañana. Y dejar una cosa para mañana, piensa, es dejarla para siempre. Sí, Rudi y ella han sido simpre así, caras opuestas… como la locura. Como la inteligencia.


viernes, diciembre 15, 2006

De repente, así como cuando rompe a llover, pequeños grandes secretos que te asaltan...

Llevaba tiempo queriendo decirte...

Conozco a alguien que domina el arte de dar tempo y suspense a las cosas... Alguien que espera a que llegue la época de la cosecha, cuando todo está maduro, cuando todo cae por su propio peso. Alguien que espera creyendo que no sabe esperar. Alguien que sabe perfectamente cómo era el azúl, de cuando los azules eran azules, y los rojos, rojos. Alguien que hace puzzles encima de la mesa, sin moverse durante meses, hasta que coloca la última pieza.

Y es entonces, en ese instante, cuando todo encaja, cuando rompen a llover, los secretos, pequeños grandes secretos que te asaltan...

Y en realidad está bien, está más que bien, es algo realmente bueno, porque estoy descubriendo (quizá más interiorizando...) que así todo sabe mejor...


Y esto sabe muy muy bien... Toska...


ete