jueves, julio 12, 2007


Me encanta viajar sola de vez en cuando. Me encanta. Sobretodo ese momento previo a la salida. Se me agarra un no se qué en el estómago, una especie de pánico escénico que sale de algún lado. Ahí dentro. Y se me llena la cabeza de palabras, de canciones, de frases arriesgadas y vitalistas, de pensamientos lánguidos y melancólicos, de sana tristeza e incertidumbre…

Y siento que me voy abriendo por dentro, como si me llenara de viento. Viajo, escapo, me asusto, me desvío, me expongo. Me invade el vértigo. Me encuentro con mi propio yo en mi propio movimiento, un yo vacío y solo entre dos puntos que me acogen. Un yo entre el echar de menos y las ganas de volar.

Tiempo para pensar. Tiempo para escucharme. Para llenarme. Porque, como alguien me dijo, viajar es como hacer un repaso de todas las posibilidades antes de volver a casa.

Y yo estoy repasando posibilidades, y escuchándome, mientras el camino corre y corre a toda velocidad bajo mis pies...

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