martes, febrero 26, 2008

Gabriela es un sabueso y por alguna extraña razón se ha enamorado de mí. Y da igual lo que le diga su dueño, porque se ha enamorado, qué cosas, de una chica que andaba un poco perdida, quién lo iba a decir, y se sentó en un banco. Ya ves, de mí.

Y me doy cuenta de que, sentaditas al sol aquí las dos, parecemos la pareja perfecta. Ella me mira como si no hubiera nadie más, cómo va a mirarme si no, si está locamente enamorada, y yo le toco la cabeza suavemente, mientras se refrota contra mi pierna, los ojillos entrecerrados de amor, y la lengua fuera. Y yo pienso que no debe ser tan difícil sentirse bien.

Un perro como este, alguien que me espere en casa cociendo la pasta, pasearme sin rumbo por el rastro buscando chichirimundis para esa esquina desolada de “nuestra” casa, descubrirme otra vez enrabietada porque ÉL no ha ajustado bien la tapa del azúcar, que ALGUIEN me desordene los calcetines, y que me guste, comprar juntos las piedras para el gato, acordarme de que no le gustan los tomates si están cortados...

Y miró a Gabriela que mira a su vez a toda esta gente del parque que parece saber exactamente a dónde va y de dónde viene, con quién está y a quién quiere; y pensamos que no debe ser tan difícil, bueno, pienso yo, porque lo que es Gabriela, me estoy dando cuenta de que no es de pensar mucho, y además ya no me quiere tanto, y noto que empieza a hacerle tilín una pareja de ancianos que está haciendo monerías a un perrito minúsculo de esos que te caben en el bolso.

Pero no, no es difícil, pienso. La gente se apasiona por las pequeñas cosas, vive con intensidad las piedras del gato, las broncas domésticas, la tapa del azúcar, los tomates... Y de pronto, sin que me dé cuenta, yo también descubro que me he apasionado por algo. Gabriela, las lentejas, galletas con mucho chocolate, las volteretas sin manos... Aunque parezca que siempre hay algo que se interpone, una pieza que no acaba de encajar, algo...

Y quizá se me haría más fácil, le pregunto a Gabriela, si alguien me esperara en casa cociendo la pasta, no sé, ¿tú qué piensas?

Y Gabriela resopla, se frota contra mi pierna sin dejar de mirarme y se marcha, con su trotecillo de sabueso, rumbo hacia la pareja de ancianos, que definitivamente le gustan más que yo. La insoportable levedad del amor perruno. Abandonada en un instante. Sentadita aquí al sol y consciente más que nunca de que me han abandonado. Sin una sola palabra ni un mal gesto.

A lo mejor es porque ellos tienen un perro, o son más monos, o le huelen mejor, quién sabe, quizá sea cosa del banco, el perrito minúsculo o quizá simplemente porque son dos y tienen toda la pinta de comprar juntos la arena del gato.

viernes, febrero 01, 2008

Mira como los niños. Con los ojos muy abiertos, como si nunca hubiera visto nada. Se pierde cuando le hablo y nunca encuentra sus cosas. Es maniático y despistado. “¿Has visto el puñetero periódico?” Es muy desordenado. Pierde las llaves a cada momento, encuentras sus gafas en cada rincón. Y se enfurruña, y me desespera. Y entonces le enseño sus gafas, sus llaves, agito el periódico frente a su cara, y entonces él me mira así, como mira él, como los niños, como si nunca hubiera visto nada, como si todo se le hiciera nuevo. Y luego se enfada, se embarulla, me grita, refunfuña, y coge sus llaves, el periódico, las gafas, y se encierra en el estudio, indignado, dejándome a mí ahí parada, atrapada en sus ojos de niño, esos que no han visto aún nada.