viernes, diciembre 29, 2006

Había una vez una mujer pequeñita que se pintaba de rojo las uñas de los pies y gustaba de bailar, un dos tres, cuando no la miraba nadie; y comer mandarinas a cámara lenta, separando con mucho cuidado la piel de los granitos de dentro.

Y había también un hombre muy alto, un hombre de nariz aguileña, que se movía tan rápido que parecía estar siempre quieto y llevaba permanentemente colgado del hombro, un viejo bolso de cuero.

Y sucedió un día que el hombre alto y su bolso de cuero llegaron a un parque, y sin darse ni cuenta entraron a una placita con tres árboles, dos farolas, un banco de piedra y una mujer pequeñita que bailaba, un, dos, tres, creyendo que no la miraba nadie. Y allí fue donde el hombre de nariz aguileña vió por primera vez bailar a la mujer pequeñita, que daba saltitos cortos, un dos tres, confiada porque nadie la veía. Y el hombre alto envidió sus saltos, se tocó suavemente la nariz aguileña y casi sin moverse, se colocó tras la mujer pequeñita para bailar con ella. Siguiendo tan rápido sus pasos, que los pies apenas se le veían.

Y bailaron y bailaron, un dos tres, el hombre alto tan rápido, que parecía estar siempre quieto, y la mujer pequeñita con los ojos cerrados, convencida de que nadie la veía.

Y fue así que sucedió, que un día los dos se encontraron, bueno, que el hombre alto encontró a la mujer pequeñita, pero todo pasó así, de improviso. Y también sucedió que aquella primera vez se separaron, que sus propios pasos los fueron alejando uno del otro sin que el hombre alto hubiese dicho absolutamente nada y sin que la mujer pequeñita supiera que había estado bailando, un dos tres, mientras alguien la veía...


ete

miércoles, diciembre 20, 2006


Camina por una calle de París. Vé muy poco. El recuerdo de otras épocas surge con esa deslumbrante nitidez con la que solo pueden recordar los ancianos. Ella recuerda así su gracia. Su propia gracia. Ahora es demasiado tarde para olvidarla. Demasiado tarde para alcanzar la perfección. Piensa… Nada alcanzará la perfección. Ni las circunstancias, ni la época, ni el frio, ni el hambre, ni la derrota alemana, ni la evidencia del crimen… Ella siempre cruza la calle por encima de la historia. Por encima de la perfección. Por encima de todas esas cosas… Por terribles que sean.

Las gafas de sol en la punta de la nariz, los cabellos al viento y… Sus hermosos colores… Tenía todo el aspecto de una extranjera. Y se comportaba como tal... Con la mente ausente.Antes los bombardeos, despues el café en grano. Ya es típico de Berlín. Luego los paseos atravesando los bloques de cemento del este. Recuerda. Es en aquel tiempo donde ella estaría en su lugar. En ningún otro. En un mundo donde se toma té con leche, donde se leen novelas de amor, donde las pasiones desbordantes son inadmitibles. Un mundo aburrido pero digno. A ese tiempo pertenecía ella. A esa época que aborrecía pero que era a su vez el único lugar donde la actriz decadente podía desplegar lo más íntimo de su personalidad. Todos y cada uno de sus recobecos.

O aprendo a vivir con esta excased de oxigeno o me voy. La actriz decadente no puede dormir. El insomnio la acompaña en estos últimos años. Como sus paseos. Suele ocurrir. Uno tiene sus sueños, cosas suyas, íntimas…. Y despues la vida no quiere seguir jugando contigo… Y todo se desvanece… Poco a poco… Y ahora… Ahora solo le quedan los recuerdos… Las palabras… La actriz decadente está totalmente perdida… Y lo sabe… Pero ha aprendido… Ha aprendido que con los años… A veces… A veces podía ser feliz solo con eso… Con palabras…

… ¿Quieres comprar ilusiones, ligeramente usadas… De segunda mano?

La actriz decadente suele salir a caminar por las calles. Los días de invierno le gustan especialmente. Tanto tiempo pasado en la costa le había hecho añorar el frio. El cortante frio del inverno centroeuropeo. El intenso frio del pais donde había nacido.

Le encanta vagabundear por las calles repletas de gente que parlotea, que se amontona para comprar los últimos regalo navideños. Suele salir a pasear para que el viento helado le corte la respiración. Le gusta esa sensación. La de salir y caminar. Que le duela respirar. La de andar por las calles, entre la gente. Siempre piensa que el día menos pensado alguien va a reconocerla. Sus películas habían cruzado medio mundo, al igual que su fama. Ahora, a la actriz decadente, solo le queda la esperanza de que alguien la reconozca. Alguien entre toda la multitud que la rodea. Alguien. Quien sea. Mientras tanto se conforma con sus paseos. Con el viento cortante en su cara. Con el salir a caminar por esa ciudad que ni siquiera es la suya. La de andar por la calle y callar secretos que solo ella conoce. Y escribir. Escribir mucho … Y que nadie sepa lo que escribe.

La actriz decadente era serena hasta el extasis. Mientras pasea con pasos precisos, envuelta en su abrigo de pieles brillante por la suave lluvia invernal, parece entenderlo todo y ser todo lo que hay que entender, aunque en medio del caos y el frio, nadie parezca darse cuenta.

A veces aparaces por aquí. Siempre me pillas por sorpresa… ¿Por qué no tú, a esta hora y en esta ciudad?... ¿Por qué no tú?.

Esperaré a qui el tiempo que haga falta… Sé esperar, no he hecho otra cosa..

La actriz decadente mete la carta al bolsillo, paga el cognac y sale a la calle. Sigue lloviendo pero aún así decide pasear un rato más. Aún es pronto para volver a su habitación de Hotel. Vive allí desde hace años y sabe muy bien que, como cada noche, nadie va a estar esperándola.

En la carta él dice que está solo con ese amor que siente por ella.

Ella piensa que también está sola…

No sabe con qué.

A veces quisiera, como los sonidos, vivir a través de las cosas sin pertenecerlas. Tu tienes pensado un futuro. Un futuro donde no estoy yo.Dice él. Ich liebe dich und du schläft. Desde el principio fue así. Ich hasse dich. La actriz decadente ha perdido la cuenta del número de veces que ha leido esa carta. Y piensa que en la vida se suceden casi siempre dos tragedias: la falta de amor o el exceso del mismo. ¡Maldito Rudy!. Su presencia era invisible por todas partes. La actriz decadente sospecha que si podría ordenaría hasta los sentimientos. ¡El maldito Rudy!. Pero ya no está. Ya nadie se queda con ella por obligación... Pero tampoco hay ya nadie que se quede por otro motivo.

Es algo extraño. Piensa. Vivir aún aquí… Supongo que habrá alguien esperándome.

¿Quieres compara ilusiones, ligeramente usadas… Casi sin estrenar?

La acriz decadente se sorprende a sí misma pensando que hace tiempo que no habla su idioma. Hace tiempo que no verbaliza ni una palabra. Ni un achtung, ni un Warum. Nada. Sigue pensando en él. Eso si. Soñando en él. Recuerda haber leido que el idioma en el que sueñas es el idioma que te posee. Antes de la Guerra se marchó lejos. ¿Quieres compara ilusiones, ligeramente usadas… Casi sin estrenar?... ahora querría venderlas todas…Piensa.. Despues de la guerra fue más dificil aún. Y ahora… en esta hermosa ciudad, no tenía ya nadie con quien poder hablarlo.

París… París era una ciudad encantadora... Con el suave sonar de sus gentes... Sus cafés au lait... El olor a pan recien horneado en cada esquina... A cualquier hora... Si… No podría haber acabado en un lugar más agradable… Pero… Ella… Ella estaba sola. Sola...

La actriz decadente pasa lentamente el dedo por debajo del ojo. Las palabras. Piensa. Son así. Se van juntando unas con otras… Parece como si no supieran hacia donde quieren ir, y de pronto… Por culpa de dos o tres. Simples en sí mismas. Un pronombre personal. Un adverbio…. Y ya tenemos allí la conmoción ascendiendo a la superficie de la piel, de los ojos

A veces la actriz decadente pensaba que iba a perder la razón. Que se volvería loca. Loca de remate. Con todos sus recuerdos. Todas esas palabras que había callado durante tanto tiempo. Palabras como Achtung. Warum. Liebe…. Todas iban a salir a la vez. Iba a volverse loca con todas ellas saliendo al mismo tiempo de su boca. Sjdhafnfd ui hdfhddh hfdf dh…. Así. Hasta el infinito. Así debe de ser la locura. Eso piensa ella. A veces. Otras no. Otras piensa que la locura se parece más a la inteligencia. Que son como las dos caras de una misma moneda. Cuando te llegan las entiendes, pero cuando vuelven a irse no las entiendes en absoluto. Sí. Eso piensa. Que son dos estados escepcionales. Entonces no estará tan mal si se vuelve un poco loca. Si todas esas palabras se liberan al mismo tiempo. ¿Que más dá el orden? … Ella no es como Rudi. Nunca lo ha sido. El orden tiene esto de malo. Paraliza. Admira. Invita a no tocar nada, a dejarlo todo para mañana. Y dejar una cosa para mañana, piensa, es dejarla para siempre. Sí, Rudi y ella han sido simpre así, caras opuestas… como la locura. Como la inteligencia.


viernes, diciembre 15, 2006

De repente, así como cuando rompe a llover, pequeños grandes secretos que te asaltan...

Llevaba tiempo queriendo decirte...

Conozco a alguien que domina el arte de dar tempo y suspense a las cosas... Alguien que espera a que llegue la época de la cosecha, cuando todo está maduro, cuando todo cae por su propio peso. Alguien que espera creyendo que no sabe esperar. Alguien que sabe perfectamente cómo era el azúl, de cuando los azules eran azules, y los rojos, rojos. Alguien que hace puzzles encima de la mesa, sin moverse durante meses, hasta que coloca la última pieza.

Y es entonces, en ese instante, cuando todo encaja, cuando rompen a llover, los secretos, pequeños grandes secretos que te asaltan...

Y en realidad está bien, está más que bien, es algo realmente bueno, porque estoy descubriendo (quizá más interiorizando...) que así todo sabe mejor...


Y esto sabe muy muy bien... Toska...


ete

domingo, noviembre 26, 2006

No se hace, ya lo sé.

No se manifiesta uno para decir que ya se manifestará, no se viene a decir que se está llegando, ni se llama a la puerta para decir que ya se llamará...

Especialmente si a uno le hacen el mejor regalo que puede hacerse, ya. Porque esa situación requiere firmeza, energía, respuesta inmediata... Pero a veces uno no sabe a ciencia cierta qué decir, le abruma el blanco infinito y se contamina con malas artes y costumbres ajenas... que todo se pega, si lo sabré yo...

En fin.

Que me manifiesto para decir que me manifestaré, vengo a decir que estoy llegando, llamo a la puerta para dejar claro que estoy al otro lado...

Y sobretodo doy las gracias, por el mejor regalo que puede hacerse...

... y no es este blog, no...


ete

lunes, noviembre 13, 2006


Aguas tibias bajo un puente rojo... Así comienza una película. Una mujer que tiene orgasmos tan increíbles que es capaz de inundar habitaciones enteras. Nada tienen que ver, eso creía yo, pero en un momento dado se juntan... El puente rojo y la mujer, quiero decir, y ¡FIU! Algo se crea. Una historia. Así... De repente.

Está lloviendo. Siempre llueve aquí. Mís zapatos húmedos "chof, chof" me delatan a cada pisada. 3 minutos. Aún tengo tiempo de leer otro anuncio. "Chof, chof". No veo bien sin mis gafas. Una niña mira desde la ventanilla. Es mi tren. Otro día más. Hace tiempo que pienso en irme una temporada. Lejos... sin billete de vuelta... ¿Porque no irme a buscar un puente rojo?... ¿Warum?... Así pasó en la historia. Venía a contarte que el hombre decidió irse a un pueblo perdido en busca de un puente rojo y un tesoro que nada tenía que ver con lo que realmente le esperaba... Otro tesoro... Más grande si cabe... La vida... Qué incertidumbre... ¿verdad?... ¡Not funny!

Tampoco necesito tener grandes planes... Solo vivir en un sitio soleado bastaría como plan... pero que digo... nunca tengo esas cosas, aunque me gusta emplear la palabra... Todo el mundo lo hace... ¿qué quieres?. Pero hoy me acuerdo de la lluvia... No. Hoy no. Todavía no. Ahora tengo algo que hacer. Y tú querrías tomarte un café conmigo... Pero llegas tarde... ¡Decidido!. Hoy me quedo. Una calada.

Una niña te enseña su chicle en el metro. Ahora te bajas tú, después lo haré yo. ¡Chof!, ¡chof!, ¡chof!. Pisas un charco y un millón de gotas pegadas a tus zapatos te delatan a los ojos de todo el mundo. Está lloviendo. Siempre llueve aquí. Y el letrero rojo dice que la siguiente es la mía. Las cinco y siete minutos. Y sigue lloviendo.... ¡Cómo llueve!. ¡bip bip!Tu saldo está a punto de agotarse.

Un cortado. S´il vous plaît... ¿es el periódico de hoy?... merci.... Sí... Antes de venir aquí siempre pensé que a estas cosas sería fácil acostumbrarse. Es duro. De un lado para otro. En todos los lugares estoy bien pero nunca me quedo. Y aquí llueve más de la cuenta. No sé cómo no lo ven. Subes las escaleras. Yo bajo por la rampa. ¿Te da tiempo a un café? ... No, claro... Nada te gustaría más, lo recuerdo. Eres lo único que me retiene en ese lluvioso lugar. Quizá yo me tome uno. Miro hacia arriba y enciendo un cigarro. Llegas tarde. Mil perdones. Te estaba esperando. Me gusta el color de esa casa. A tí el olor de mi cigarro. Allí no se ve ni una nube. Aquí está todo mojado.C’est tout. Ce_sont_pas_des_bons_temps, que dijo alguno. Malos tiempos para nosotros. Malos tiempos.

jueves, noviembre 09, 2006


La investigadora se levantó temprano como cada mañana. Cogió su cuaderno y salió deprisa. Acababan de dar las 8 a.m. cuando ella abría las puertas del laboratorio. Como de costumbre, fue la primera en llegar. En recorrer los pasillos bajo la luz fluorescente. En abrir la puerta de su despacho. El imperceptible parpadeo de la luz podía llegar a hacer de aquel un lugar inquietante. Los zapatos retumbaron en el vacío. Cuando llegó a su puerta LAB. CS 13 aún se oía el repicar de sus propios pasos en el angosto pasillo. La bata colgaba detrás. Todo estaba en su sitio. Todo en orden. La investigadora respiró satisfecha, se acercó hasta la mesa y posó el cuaderno al lado del microscopio. Solo entonces percibió que, a diferencia de todos los demás días, ese día, había preparada sobre el microscopio una muestra. Alguien había preparado una muestra y la había colocado en su microscopio. No solía ocurrir esto.Sin dejar de mirar la muestra, la investigadora se dispuso a empezar la jornada. Se colocó la bata. Reguló el microscopio y colocó al lado su cuaderno rojo de notas y un boligrafo del mismo color. La investigadora era una mujer de rutinas. Le relajaba tener unas pautas. Incluso en su trabajo. Su boli y su cuaderno rojo de fabricación portuguesa la acompañaban a todos los lugares. Siempre utilizaba el mismo. Siempre rojo. Hacía años que acudía a comprarlos a la misma tienda. La compra de esos cuadernos se había convertido en uno de los muchos rituales que la investigadora tenía en su vida. Que la ayudaban a sobrellevarla.En el cuaderno rojo anotaba cada detalle. De su trabajo. De su vida. Lo mismo da. Me da lo mismo. Era un cuaderno casi incomprensible. Los datos de sus investigaciones se mezclaban con frases acerca de su vida. De su trabajo. Era el único lugar donde la investigadora le daba tregua al orden. El cuaderno rojo encerraba todo el caos que ella era incapaz de expesar. De vivir. Acercó el ojo al microscópio. A simple vista parecía celulosa. O eso pensó la investigadora. Un trozo de celulosa envejecida. Sin más. Levantó la mirada de la muestra algo desconcertada. Colocó el boli encima del cuaderno rojo y salió de nuevo al pasillo. Miró hacia los lados. La luz seguía emitiendo imperceptibles parpadeos. Se quedó escuchando. Silencio. Aún no había llegado nadie. Era demasiado pronto. Nadie solía entrar a trabajar hasta las 9 a.m. Solo ella. Ella no podía dormir pasadas las 6. Y el laboratorio era su vida. No se le ocurría un lugar mejor donde pasar sus horas. Le apasionaba lo que hacía. Fomaba parte de su rutina. Como el cuaderno rojo. Como el microscopio. No se le ocurria nada que pudiera hacer mejor.
Volvió a entrar y anotó en el cuaderno sus primeras y vagas impresiones. Celulosa común. Simple. La textura no indica nada especial. Demasiado trabajo. ¿Perder el tiempo con esta muestra? Estudio más exhaustivo de los materiales antes de descartar.Presa de la curiosidad acercó de nuevo su ojo a la lente. A través del microscopio pudo comprobar que se trataba, efectivamente, de celulosa. Celulosa ajada. Pero como era su
costumbre no se detuvo allí. La investigadora era una mujer concienzuda y decidió tomarse un poco más de tiempo para examinar aquella muestra.
Comenzó ampliandola para poder observar los detalles con mas precisión. Poco a poco se fueron creando entonces dos formas idénticas en el centro de la celulosa. La investigadora visiblemente desconcertada aumentó más la muestra para observar esas nuevas formas que acababa de vislumbrar. Sobresaltada retiró entonces la vista del microscopio y un sudor frío comenzó a apoderarse de ella. No podía dar crédito. Cogió el boli y escribió en el cuaderno: Posible error. Al aumento de 1200 aparición de dos celulas identicas!!! Posible fallo del microscopio. Paro de escribir bruscamente. Con el sudor el boli se resbalaba de su mano. Parecia increible, pero con todo los años de entrenamiento para mantener una superficie apacible, aun habia detalles que se le escapaban. Reacciones que no podia controlar. Sudar copiosamente cuando estaba nerviosa era uno de ellos. Nadie mas lo podia percebir pero a ella le resultaba igualmente avergonzante.
La investigadora se negaba a creer en lo que estaba viendo, en la posibilidad de que dos células fuesen exactamente iguales. Esa revelación cambiaría la base de las cosas en las que ella creía. De la vida. De sus investigaciones y ella simplemente no podía reconciliarse con lo que eso implicaba. Nerviosamente sacó la muestra del microscopio, limpio las lentes y volvió a empezar desde el principio. Intentó recomponerse, respiró hondo y procuró volver a empezar el proceso con sumo cuidado. Casi con miedo volvió a posar la vista sobre la lente. Volvio a aumentar 1200... Y allí no había nada. Repitió el proceso... Nada... Aliviada exhaló al comprobar que las formas gemelas en el microscopio no eran tales, sino un fallo al haberse movido la muestra durante el aumento. Se secó las manos, empapadas en sudor, con un trozo de papel. Visiblemente más relajada volvió entonces sobre sus apuntes: 12:00. Fallo al aumentar. Movimiento de la muestra. Error. Desde el principio otra vez.

Estudió durante horas la muestra de celulosa. No salió a comer a la una como tenían por costumbre los trabajadores del laboratorio. Nadie pareció echarla de menos sin embargo. Volvió sobre la muestra una y otra vez. La recorrió con la lente de arriba abajo, anotando cada observación, cada detalle. Deteniéndose en cada milimetro. Tras horas de observación y estudio, levanto la cabeza del microscopio y volvio sobre el cuaderno rojo: irregularidades en la parte superior derecha. La celulosa rompe su estructura y se forman zonas oscuras. Quemadas. Veladas. Necesito más tiempo. Aumento 3000.
Paso entonces a centrarse en aquella parte de la muestra. Se paró a anotar unos cuantos datos más en su cuaderno y despues se apresuró a ampliar más esa zona. La investigadora lo entrevio entonces. Allí estaba. Inusitadamente excitada se retiró del microscopio. Su mente se concentró en lo que acababa de ver. Pensaba en como anotarlo. En como ser lo mas precisa posible en sus apunte. Como si se acabase de despertar de un sueño que le costase recordar... Su mirada se perdió en la habitación... Silencio... Minutos... El segundero volvió a tomar vida cuando comenzó a sonar la sirena que indicaba que el laboratorio estaba a punto de cerrar sus puertas. Rápidamente la investigadora anotó en su cuaderno, como pudo, unos garabatos inmitando la imagen que acababa de intuir, se lo metió al
bolsillo y salió de allí.
Esa noche apenas durmió.Sus sueños se vieron ocupados por la muestra de celulosa y sus texturas. No se explicaba como esa muestra había llegado hasta allí. Tampoco daba crédito a lo que había creido ver. Ahora, le parecía todo bastante irreal. Ahora dudaba. Y eso la angustiaba. La impedia dormir. La investigadora no es del tipo de mujeres que dudan. No es de ese tipo. En su vida no entran las vacilaciones. No cabe la improvisación. Simplemente no tiene tiempo ni ganas para eso. La ciencia es algo exacto y lógico. Como ella. Visiblemente enfadada cogió su cuaderno rojo y siguió completando los garabatos que había iniciado en el laboratorio cuando sonó la sirena. Parecía una figura humana. Decepcionada e impaciente miró el reloj de la mesita. Eran solo las 3 de la mañana. Sería mejor dormir...
De nuevo en el laboratorio. Como cada día. El parpadeo intermitente. El retumbar de los pasos en el pasillo. Hasta llegar a la puerta. LAB CS. 13. Su puerta. La bata colgada detrás . El libro rojo y el boli al lado del microscopio. La investigadora se coloca la bata y reencuadra la muestra. Localiza el area donde entrvió las irregularidades y siguió aumentándola. ¡Sí!. Lo sabía. No podía haber sido un sueño. Allí estaba. Lo que andaba
buscando. Lo que había entrevisto en sueños. Una imagen. Una imagen demasiado compleja para ser fruto del azahar. De la disposición caprichosa de una muestra de celulosa. Miró el garabato del cuaderno... No lo había hecho tan mal como pensaba la noche anterior. Efectivamente. La imágen dejaba entrever la forma de una persona.
Si se empeñaba. Si realmente se concentraba, podía distinguir la imagen de una mujer. Una mujer sentada sobre lo que parecían... Unas escaleras. Unas escaleras... De piedra. Unas escaleras... Si... Como... Como las de los anfiteatros romanos. Si se empeñaba podía ver todo eso. Con dificultad, pero a la vez con absoluta certeza. Eso era lo que veía. Mirando a cámara. Eso es... la mujer de la celulosa estaba girada hacia la cámara. La investigadora se preguntó de donde habría salido esa imagen. Esa muestra, pensó, contenía una imagen que escapaba a su conocimiento. Una imagen que no sabía de cuando databa. Que no sabía como había llegado allí. No podía ser el azahar... Nada de eso... esa imagen era demasiado compleja como para pensar en casualidades. Esa imagen había sido tomada. Alguien la había hecho llegar hasta allí. Hasta la celulosa. Hasta su laboratorio. Hasta su microscopio. La investigadora acabo como pudo el boceto de la imagen. No era tan buena dibujanta como científica. Pero lo termino. Volvió a mirar a través del microscopio y se le ocurrió por un momento que había podido equivocarse. Aunque pocas veces solía ser así. La investigadora era una mujer práctica. Meticulosa. Concienzuda. Una científica convencida de q
ue siempre había una explicación coherente. Así, volvió a poner su ojo en la lente, esperando ver algo diferente en este intento, pero comprobó que sus percepciones eran acertadas. Siguió aumentando la imagen… casi podía ver la mirada de la mujer. Si. Una mirada directa a cámara. Casi seductora. Y a un lado... había un número: III. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Quitó la vista del microscopio y apuntó en su cuaderno rojo entre interrogantes: ¿de cuando data esta muestra? ¿esta imagen? ¿III? ¿un número? ¿un simbolo?....??¿¿¿¿una fecha?
Anocheció y la investigadora apuró los últimos minutos estudiando la imagen. No comió. No se movió del microscopio. Durante horas la observó. La muestra. Supo entonces cual era el aspecto de la mujer. Vestida entera de blanco, con la cara medio tapada con una túnica del mismo color. La mirada se podía entrever. Se dirigía seductoramente a cámara. A estas alturas la investigadora estaba casi segura de que esa mujer tenía ojos marrones. El tono de la celulosa no dejaba lugar a dudas. Siguió apuntando en su cuaderno con más datos que para ella revestían importancia… Seguidos de mas bocetos. De los ojos.... Mas anotaciones. De la textura. De la forma en que esa imagen podia haber sido tomada . No habia rastros de carboncillo ni de ninguna otra sustancia con la que se podria haber dibujado la imagen... Tampoco parecia un dibujo... Parecia mas una fotografia...Y los numeros... III...
....La imagen comenzó a apoderarse de ella.

Como cada día, las sirenas anunciaban el final de la jornada. La investigadora sabía que tenía que salir de allí y por primera vez desde que trabajaba en el laboratorio, incumplió las normas. Y lo hizo sin ponerse nerviosa. Sus manos no transpiraron como de costumbre... Se quito la bata. La colgó detrás de la puerta. Ordeno el laboratorio, cogió la muestra de celulosa y cerró la puerta. Algo nerviosa mientras pasaba por delante de los guardias de seguridad, puedo respirar tranquila cuando alcanzó su coche. Arrancó el motor y sin mirar hacia atrás se llevó la muestra de celulosa a casa.
Esa noche la volvió a pasar en vela. A golpe de aumentos. Con la escasa luz que le procuraba su lámpara de noche, la investigadora releyó los apuntes en su cuaderno. Completó a algunos. Añadió interrogaciones al final de otros. Se dio cuenta que no había probado bocado en todo el día. No sabía como, pero lo cierto es que no se había acordado de comer nada... Pensó entonces que podrían haber pasado semanas. No podía decirlo. Con los ojos bien abiertos y el cuaderno rojo en sus piernas contempló la nada y le asustó la idea. La idea de que había sufrido un lapsus. Esa imagen le habia robado la vida durante un momento indefinido. Un momento eterno. Un momento que ella misma no podía delimitar….Y… No se había dado cuenta.